A días de las elecciones definitivas de medio término, lo político supedita a lo económico, y lo económico condiciona lo político.
La situación actual es compleja, si bien la mayoría de los indicadores por efecto rebote ya están mostrando signos de mejora y han dejado de caer, lejos está el entramado económico de encausarse con vigor en un proceso genuino de crecimiento y lo más importante de creación de puestos de empleo productivo.
Una radiografía fina de la industria por ejemplo nos muestra que con las nuevas reglas de juego el sector agroexportador ha crecido en facturación más del 100% en 2016 con respecto al 2015, pero los sectores: textil, marroquinería, juguetes y calzado entre otros están sufriendo una feroz crisis.
Esta dispar suerte es consecuencia directa del camino elegido por la actual conducción: apertura económica que favorece a la industria primaria es detrimento de la industria manufacturera, que muestra baja competitividad y en vez de ser protegida por un estado que debería velar por su entramado social industrial lo desnuda a un mundo súper globalizado.
La falta de competitividad de la Argentina es sin lugar a dudas el dilema a resolver, tanto preocupa el tema que fue el centro de atención en el último coloquio industrial.
Producimos caro, con un eslabonamiento productivo en muchos casos dependiente de insumos importados y de industrias oligopólicas formadoras de precio.
Está la lógica “darwiniana” del más fuerte empuja a que los sectores industriales deban adaptarse de la noche a la mañana a las nuevas reglas de juego, política que en pasado ha generado una triste destrucción de industrias (que no logran adaptarse) y la consecuente pérdida de empleo y desde ya una desorbitante acumulación de riqueza que está demostrado repercute de forma negativa al desarrollo sostenido y sustentable del país.
El consumo el que más sufre
Por más que el gobierno trate de maquillar sus fracasos en materia económica tras su discurso demagógico impregnado de optimismo, el ajuste a los bolsillos se siente y ya duele también en la clase media que ve restringido su consumo y sacudida su posición.
Según el propio INDEC en su último informe de Comercios, las ventas a precios constantes en las cadenas de supermercado en 2017 han caído y representa una baja del 2,1% respecto a 2016, dato que se condice con la baja consecutiva de los últimos 20 meses de ventas minoristas que obtiene la CAME; es decir: algunos sectores empiezan a mostrar dinamismo, pero nuestras clases sociales más vulnerables aún están sufriendo los cimbronazos del brutal ajuste inicial.
¿¡Y después de octubre!?
Las señales son confusas y contradictorias para los próximos meses, la lectura de la situación actual es para el debate: por un lado la economía ha dejado de caer, pero por otro los pilares en los que se basa un crecimiento sano y sostenible están en rojo furioso: déficit comercial y déficit fiscal.
La mejora pregonada de algunos datos macro muestra apenas un repunte que lejos está de recuperar lo perdido en el 2016, con el agravante de que el país no ha cerrado sus déficits (los ha agravado) y ha tomado una abultada deuda que por ahora solo ha servido para cubrir baches y ofrecer un jugoso negocio financiero a los grandes capitales especulativos.
Por ahora el oficialismo evita ser explícito en los grandes desafíos que eran eje de campaña: “Pobreza 0” y “Bajar la Inflación”. Lo importante ahora son los resultados de las elecciones, por lo que es de esperase que los ajustes que le están demandando los organismos internacionales al país queden postergados para después de octubre.